Me propusieron escribir un artículo sobre cómo me ayudó el yoga con mi accidente, pero
resulta que el yoga no me ha ayudado en la enfermedad sino que me ayuda todos los días de
mi vida.
No creo que el yoga esté hecho para cuando uno está bien o mal. Lo que yo hago es
practicar todos los días con lo que hay en cada momento, con lo que me encuentro física,
mental o anímicamente al levantarme. No tendríamos que aplicar el yoga a momentos
puntuales como cuando tenemos tiempo, nos duele algo o para resolver un asunto que nos
impide estar en paz. Incluso veo a menudo que se practica yoga como un paliativo para
nuestros malestares. Más bien tendríamos que tomarlo como un profiláctico, como dice
Patañjali en el sûtra 16 del segundo capítulo de los Yoga Sûtra: “El sufrimiento venidero es
el que hay que evitar”.
Hoy en día hay mucho “yoga para esto”, “yoga para aquello”, y en alguna medida es cierto,
ya que ayuda con las dolencias. Pero si vamos a clases diseñadas para personas con
determinadas enfermedades o dolores, entonces nos ponemos una etiqueta y nos
identificamos con nuestra enfermedad, lo que equivale a asmitâ, el ‘ego’, que forma parte
de los klesha, las ‘aflicciones’, lo que implica la identificación con lo que no somos, en este
caso con nuestra enfermedad, cuando precisamente el yoga pretende enseñarnos a ser
capaces de reconocer lo que realmente somos sin identificarnos con nuestros roles,
enfermedades, estatus o cualquier otra cosa. Yoga para “tal cosa” es también bhrântidarshana,
‘un punto de vista equivocado’. Y sí, es cierto que nos ayuda en todos nuestros
procesos, pero sería una lástima reducirlo a un único aspecto de nuestra vida cuando en
realidad puede ayudarnos en cada momento si lo vivimos plenamente.
Patañjali en el sûtra 6 del tercer capítulo, nos dice que tengamos en consideración las
diferencias, que hay que respetar los niveles. Habla de Viniyoga, que significa que cada
persona es única, diferente a las demás. Y el profesor Krishnamacharya insistía en que el
yoga se debe adaptar a la persona y no al revés. Porque, aunque padezcamos de lo mismo,
no lo vivimos de la misma manera ni física ni mental ni emocional e incluso
espiritualmente, y además nuestra enfermedad puede llegar a ser una ayuda, como un
trampolín para avanzar en nuestro camino.
También hay otro aspecto a tener en cuenta: que la práctica de yoga no se tendría que
reducir a unos momentos de esterilla, sino que tendríamos que aplicarlo en cada instante del
día. Cuánta gente dice que hace yoga y cuando sale de la clase se comporta exactamente
igual que siempre, con una mente dispersa, agitada y sin ninguna intención de calmarla.
Patañjali nos dice en el primer capítulo de los Yoga Sûtra en el segundo aforismo “yoga
citta vritti nirodhah”, ‘el yoga es el cese de las fluctuaciones de la mente’. Para eso
hacemos yoga, para que nuestra mente llegue a apaciguarse, concentrarse, orientarse,
transformarse y que así podamos ver las cosas tal y como son y no como las interpretamos,
que siempre es un punto de vista personal pero no la Realidad.
Lo que me sucedió
Un día de junio de hace ya casi tres años, me caí de la bicicleta yendo por un camino en la
montaña. La caída fue estando casi parada porque estaba subiendo por una senda empinada
y estrecha. En el lado izquierdo había un terraplén. Me desequilibré y caí. Fue un golpe
muy seco con la mano en el suelo. No me di cuenta de nada hasta que me levanté y vi mi
mano, la muñeca rota, deformada, en “tenedor”, como lo llaman los traumatólogos. Y
curiosamente al caerme no me dolió. Levanté la bici y volví a casa pedaleando con una
mano en el manillar y la otra apoyada en el pecho. Tenía que darme prisa para volver a casa
antes de que mi marido se fuera para que pudiera llevarme al hospital, ya que era obvio que
no podría conducir así. Tenía el tiempo justo para llegar. Estaba a unos 5 kilómetros de mi
casa, pero el trayecto no se me hizo largo a pesar de que pedaleaba despacio porque sólo
podía utilizar una mano. Lo hacía muy atentamente.
Vivo bastante cerca del hospital, así que no tardamos más de quince minutos en llegar. En
urgencias, después de hacer una radiografía para comprobar que me había roto el cúbito y el
radio, me practicaron una “reducción”. Me enrollaron unos hilos a los dedos de la mano y
el traumatólogo se ató esos hilos a la cintura para tirar de mi muñeca y volver a alinear los
huesos del radio. Cuando me explicaron en qué consistía, la enfermera me preguntó a qué
me dedicaba. Cuando le contesté que daba clases de yoga, comentó:
_Qué bien, tienes suerte entonces; emplea todo lo que sepas para quedarte tranquila porque
esto es muy doloroso.
Empecé a respirar en ujjâyî, me centré en mi respiración, en el abdomen y en hacer la
espiración más larga que la inspiración mientras el traumatólogo tiraba. Pero lo extraño es
que tampoco aquí sentí ningún dolor. Me felicitaron por lo bien que lo había llevado. Me
quedé un poco perpleja; sí que había notado toda la fuerza que había hecho el médico y el
desplazamiento de la camilla, pero no sentí dolor alguno. Me escayolaron y volví a casa.
Soy autónoma y doy clases a unos cuantos grupos. Mi centro no está al lado de mi casa, así
que necesito coger el coche para desplazarme, ya que vivo a las afueras y el autobús solo
pasa dos veces al día. Para mí no es un problema dar clases con un brazo escayolado, pero
sí el transporte. Tuve que anular algunas clases, avisar a algunos alumnos, arreglar papeles,
y eso para mí es mucho más estresante que una rotura. Soy demasiado responsable, un
aspecto que estoy trabajando desde hace tiempo pero algunos samskâra, (‘hábitos,
condicionamientos’) son muy potentes, y difíciles de erradicar, así que pensaba: ¿Cómo
van a hacer yoga mis alumnos si no tienen clase? Sé que muchos no practican si no les
dirige alguien y me hacía responsable de su práctica; a decir verdad aún lo hago, aunque
mucho menos.
Y hasta aquí era todo más o menos normal, a pesar de que el dolor que no había sentido ni
en la caída ni en la “reducción” lo sentí posteriormente y se fue intensificando día a día. Con
la radiografía de control vieron que se habían desplazado los huesos del radio y me operaron
enseguida. Me pusieron una placa con tornillos para aguantar el radio, y en todo este
proceso desarrollé un sudeck, una distrofia simpático-refleja, una patología osteomuscular
crónica muy dolorosa que causa rigidez articular, escasa movilidad, quemazón con
hipersensibilidad cutánea, fuerte inflamación y enrojecimiento, un síndrome extraño que
nadie conoce bien, ni por qué se desarrolla ni quién lo padece ni tampoco cómo tratarlo,
pero con consecuencias graves. Como pude deducir más tarde, el sudeck apareció en los
primeros días. Sentía un dolor terrible que no remitía, pero sabía perfectamente por
haberme roto anteriormente otro hueso, que al cabo de unos días tenía que haber dejado de
doler. Las molestias no me permitían dormir más de una hora seguida. Estuve tres meses
sin poder conciliar el sueño, con un dolor que no sé cómo definir, que no se calmaba nunca
salvo cuando ponía el brazo en el agua, lo que solía hacer todas las noches dos o tres veces.
No soy una persona que se queje, de hecho cuando me volvieron a operar para quitarme la
placa que me estaba dañando después de un año y ocho meses de la primera intervención,
no tomé ningún calmante. Fue la experiencia física más dolorosa que he experimentado en
mi vida, incluso mucho peor que todo el tratamiento que recibí por un carcinoma de mama.
¿Cómo ayuda el yoga?
Patañjali describe en el segundo capítulo de los Yoga Sûtra, el kriyâ yoga, el ‘yoga de la
acción cotidiana’, como la acción que incluimos en nuestro día a día, algo que hacemos
todos los días con nosotros mismos y que inevitablemente revertirá en el bienestar de los
demás. Porque cómo vamos a ser útiles a los demás si hasta muchas veces somos una carga
para nosotros mismos, con los klesha (las ‘aflicciones’) a flor de piel, un lastre que nos hace
reactivos, con la repetición de los mismos errores, que nos impide avanzar, cambiar y que
inevitablemente nos hace sufrir.
Ese kriyâ yoga consta de tres aspectos, tres elementos clave e inseparables:
– Tapas: la disciplina, que conlleva la fuerza de la voluntad.
– Svâdhyâya: el auto-conocimiento, la búsqueda interior.
– Îshvara Pranidhâna: el abandono de los frutos de la acción, centrarnos en los actos
sin esperar recompensa.
Tapas
¿Qué es tapas en mi vida?
Primeramente es mi práctica diaria en la esterilla. Todos los días practico, ya tenga dolores,
malestares, esté feliz o triste. Para mí el cuidar de mi cuerpo que es mi instrumento en este
paso por esta preciosa tierra, es la primera cosa que hago cuando me levanto por la mañana.
Sin disciplina no podemos pretender transformarnos, y el camino del yoga es un camino de
transformación. Cuando tuve el sudeck habría sido muy fácil abandonar mi práctica; me
dolía tanto…, desde los dedos de la mano, que estaba totalmente inmóvil, hasta
prácticamente el hombro. Aun así fui adaptando todas las âsana donde estaban implicados
los brazos. Al principio cuando tenía la escayola practicaba con ella, aunque evidentemente
el brazo pesaba y no podía hacer muchas posturas. También practicaba para que el codo y el
hombro no perdieran movilidad. Confío en mi cuerpo y sé que tiene memoria así que
después de la operación intenté poco a poco ejercitar la mano.
Muy a menudo buscamos ayuda fuera, en algún terapeuta para que haga el trabajo, cuando
en realidad el terapeuta, el profesor, el médico, etcétera es un guía, pero el camino lo
tenemos que recorrer nosotros mismos. Si nos acostumbramos a que nos lo den todo hecho,
a buscar la solución fuera, difícilmente seremos capaces de entender que nuestro cuerpo
tiene sus propias herramientas para salir adelante. Simplemente hay que darle cariño,
tiempo, precisamente de lo que carecemos hoy en día; queremos el resultado ya, y las prisas
y el yoga están reñidas, no van en la misma dirección.
Así que en un principio sólo ponía los dedos en el suelo. No podía hacer ningún
movimiento, ni flexión de muñeca ni de dedos. Tampoco extensión ni giros ni supinación,
absolutamente nada. El movimiento era casi nulo y con una gran intensidad de dolor.
Patañjali, en el sûtra 20 del primer capítulo, nos habla de shraddhâ, la ‘Fe’ para los que no
son yogui de nacimiento. Sin esa Fe habría tirado la toalla desde el primer día y también
después porque este proceso aún no ha acabado, sigo con ello, pues mi mano no está
recuperada del todo. Y fueron pasando los días y semanas y meses y poco a poco empecé a
recuperar la movilidad de los dedos, un poquito más de extensión, que es algo que
practicaba diariamente. Me ponía en supta vajrâsana y muy despacio levantaba las nalgas
de los talones para extender la muñeca intentando poner el brazo vertical en ángulo recto,
cosa que me llevó más de un año lograr hacer.
supta vajrâsana
Patañjali nos dice en los sûtra 13 y 14 del primer capítulo que abhyâsa, la ‘práctica’, es un
esfuerzo, pero no cualquier esfuerzo, sino el que te lleva hacia la paz mental, y que esa
práctica tiene que ser cotidiana, perseverante, ininterrumpida, respetuosa, con cuidado, con
fe. Pues eso es lo que aplicaba y sigo haciendo todos los días. Con amor cuido de mi mano,
de mi mente también para que no desista y no se dispare, agradeciendo que no me haya
quedado paralizada. Hoy día sigo dando gracias a mi mano y a la vida por esa experiencia, a
pesar de haberlo pasado tan mal.
Después de un tiempo y para fortalecer el brazo, ya que había perdido mucha musculatura,
hacía adhomukha shvanâsana, que no era un problema muy grande porque allí la muñeca
está casi en línea con mi brazo. Ponía al principio los dedos, y poco a poco al ganar fuerza
y movilidad, fui bajando la mano hasta luego llegar a hacer ûrdhvamukha shvanâsana.
Hacía sarvângâsana con una mano apoyada en la espalda y el brazo malito vertical a lo
largo del cuerpo o bien en el suelo horizontal.
Adhomukha shvanâsana ûrdhvamukha shvanâsana
sarvângâsana
chatushpâdapîtham
Hoy en día cuando hago chatuspâdapîtham, coloco la mano hacia delante, hacia atrás,
hacia los lados, subo con los dedos y últimamente estoy subiendo con el puño cerrado, algo
que hasta hace unos meses me era imposible. Y así con todas las posturas que implican
poner las manos en el suelo o que sirvan de apoyo. Eso es tapas, perseverancia. Sigo y
sigo, practico y practico, fuerza de voluntad, paciencia, pero con mucho cuidado, con
respeto hacia mi cuerpo y también hacia mi mente.
Svâdhyâya
Svâdhyâya es el estudio de uno mismo, el auto conocimiento, un largo proceso.
¿Qué estoy aprendiendo con esta experiencia? ¿Hay algo que entender?
Sí, entender de verdad que el estado de mi cuerpo y de mi mente afecta a mi respiración. Ya
lo sabía, pero fue muy evidente en los primeros meses después de la caída. Mi respiración
se acortó bastante, sobre todo a la hora de hacer el prânâyâma. En cuanto me sentaba para
realizar alguno, instintivamente me ponía a hacer anuloma ujjâyî, que era lo que me pedía
el cuerpo, y no me planteaba hacer ningún otro tipo de prânâyâma. Entendí que todos estos
años de práctica me sirven para dejarme guiar por el instinto y no por la mente.
Reconocí que aunque quiera controlarlo todo hay cosas que no se pueden controlar, así
como reconocer también que no confío en los médicos, por lo que necesito tener paciencia
conmigo misma y en mi relación con ellos. No me gusta esa desconfianza, pero mi
experiencia no fue muy buena y tampoco otras anteriores. Entiendo que, como yo, somos
miles de personas, que los médicos tienen un tiempo limitado para cada paciente, que no los
conocen ni los pueden conocer con este sistema que tenemos, que ellos también tienen sus
limitaciones, no lo saben todo y muchas veces también se equivocan como cualquiera.
Además, cuando nos pasa algo nos creemos los más importantes, que nuestra dolencia es
prioritaria. No nos damos cuenta de que somos millones de seres, que nuestros pequeños
asuntos no son importantes para casi nadie o, en el mejor de los casos, un poco para los que
están cerca. Nos vemos como el centro del mundo. ¿Y los demás seres vivos?
Por otro lado, nos aferramos tanto a nuestro cuerpo como si fuésemos eso. No queremos
que cambie, pero la impermanencia de la prakriti es un hecho: todo, absolutamente todo
cambia salvo nuestra esencia.
No quería esa minusvalía, así lo viví al principio. Y aprender a verlo de otra forma me ha
llevado algún tiempo. Intelectualmente es fácil entenderlo, pero vivirlo, experimentarlo, es
bastante distinto.
Îshvara pranidhâna
Îshvara pranidhâna significa, ‘soltar’, ‘abandonar’.
¿He aprendido a soltar?
El miedo a perder el control no nos permite aflojar y disfrutar de lo que tenemos entre
manos. Queremos un resultado, nos aferramos a ello y, si no soltamos, tapas se puede
convertir en fanatismo, incluso en tortura para nuestro cuerpo y nuestra mente.
Los tres aspectos, tapas, svâdhyâya e Îshvara pranidhâna tienen que ir en la misma
dirección.
Aún tengo mucho camino que recorrer en este sentido: la vida misma, que fluya, que me
lleve donde me tenga que llevar, que pueda confiar en ella y que nunca me lamente.
Este proceso es un aprendizaje para soltar todo al final, así lo vivo.
Así es mi camino, no uno que me ha llegado por una enfermedad. Lo estoy recorriendo con
mis limitaciones, con mis virtudes y defectos, con mis altos y bajos. ¿La enfermedad? Pues
nada del otro mundo. Todos tenemos un cuerpo frágil que se puede romper en cualquier
momento, pero vivimos como si no fuera así. No nos damos cuenta de esa fragilidad hasta
que nos sucede algo y entonces, ¡ay!, tengo que hacer algo.
Como he dicho más arriba, Patañjali nos dice en el sûtra 16 del segundo capítulo que el
sufrimiento venidero es el que hay que evitar. No deberíamos practicar para aliviar unos
síntomas, sino más bien para prevenir el sufrimiento que está programado en cada acción
que emprendemos si la llevamos a cabo cuando los klesha están presentes, activos si no
somos conscientes. Pero no solamente en la práctica de âsana. Se trata de intentar estar
atentos en cada instante de la vida, en cada momento desde que ponemos el pie en el suelo
por la mañana hasta que lo levantamos para irnos a dormir cada noche, e incluso más.
Espero no desviarme y seguir en este camino hasta que se desintegre mi cuerpo, ya que más
allá de ello no sé cómo será esta gran aventura, pero intento estar preparada para cuando
llegue ese momento.
Cada momento en la vida es una experiencia, nos demos cuenta o no; todo lo que pensamos,
decimos y hacemos son experiencias en nuestro haber.