Por Beatriz Piris Niño.
La práctica de āsana es una rutina que debe realizarse regularmente. Esta regularidad en la práctica es lo que permite al practicante obtener todo su beneficio, pero, igualmente, contiene el riesgo de convertirla en una acción mecánica y automatizada.
El yoga dispone de numerosas herramientas para evitar que esto suceda, pero para poder aplicarlas de manera eficaz y adaptada, el practicante tiene previamente que desarrollar su capacidad de observación. La aptitud a la observación está íntimamente relacionada con el desapego, con la ausencia de expectativas, con abrirse al aquí y al ahora.
Regularidad y desapego, son los dos elementos que todo practicante debe aprender a equilibrar.
Tradicionalmente, en el marco de la relación profesor alumno, se utiliza la palabra parīkṣā para designar cierto tipo de observación. Esta palabra deriva de parīkṣ – mirar con atención, considerar, verificar. Está compuesta por el sufijo pari: alrededor, por todos los lados, en todas las direcciones y la raíz īkṣ: mirar, contemplar, observar. Mirar alrededor, desde todos los lados es obtener una perspectiva global y completa. Esta es una observación que va más allá de la que depende únicamente de los órganos de los sentidos, requiere una mente capaz de retener, clasificar y procesar información de manera instantánea.
Cuando hablamos de observación en el contexto del yoga, partimos del principio de que podemos observar en otra persona solo aquello que conocemos. ¿Cómo adquirimos este conocimiento? Primero, a través de la práctica guiada por un profesor con experiencia, y segundo, mediante la auto-observación.
El profesor nos va a guiar en el estudio de la técnica y a ayudar a entender con mayor claridad lo que hacemos; su enseñanza nos aporta el sustrato desde donde organizar nuestra práctica. La auto observación consiste en realizar las posturas desde dentro y con espíritu de investigación interna. El profesor, de nuevo, desde su mirada exterior, nos ayudará a contrastar las sensaciones internas con el resultado externo. Aprendiendo a observarnos a nosotros aprendemos a observar a los alumnos.
La práctica de āsana comprende la aplicación de un conjunto de técnicas (posturales, respiratorias, mentales, etc.) con vistas a alcanzar un objetivo. Alcanzar el objetivo depende de que estas técnicas estén dispuestas en un orden específico adaptado para un determinado momento; para mí, si mi práctica es personal, para el alumno en el marco de la enseñanza. Hay decenas de variables que entran en juego en el momento de organizar una secuencia.
El practicante como el profesor, tienen que estar atentos y abiertos a la observación de lo que está sucediendo en sí-mismos, y en el otro, durante todo el tiempo que dura la ejecución de una secuencia ya que la selección y disposición de las posturas, así como de las técnicas que las acompañan y la elección del momento oportuno para introducirlas, depende de la capacidad que tenga el practicante de auto-observarse, o el profesor de observar a su(s) alumno(s). En el marco de la enseñanza, la aptitud para diseñar una secuencia de āsana eficaz descansa en la capacidad del profesor de distinguir lo propio de lo ajeno en su observación del alumno.
Pero únicamente la observación no basta. La experiencia es también un requisito esencial en la enseñanza, así como lo es el conocimiento profundo de las técnicas. Conocer la técnica de cada postura permite al profesor comprender las funciones más importantes de cada postura y, tras la observación profunda de cada alumno, ajustarla para que cumpla determinada función en determinado alumno.
Este es un punto esencial en la aplicación de āsana: antes de ajustar o cambiar nada en una postura de acuerdo a las necesidades del alumno, el practicante, el profesor, debe conocer la función de cada postura en profundidad y, para ello, necesita entender la naturaleza de cada postura a partir de su aplicación clásica. Sin comprender la postura en su esencia ¿cómo podría enseñarla?
Dicho todo esto solo me queda tratar de responder a la pregunta ¿qué observar?
En la práctica personal, en cada postura, en cada vinyāsa, observaremos los kūrma-s, el contacto con la tierra y si éste es firme. Observaremos nuestros movimientos y si estamos haciéndolos bien o causándonos daño. Observaremos si la respiración es adecuada, fluida, suave. Observaremos nuestro diálogo interno y los patrones que aparecen en nuestra mente. Y nos observaremos con honestidad y con presencia.
En la clase colectiva, aparte de tener una visión global de cómo funciona el grupo, el profesor debiera tomarse un momento, mientras guía su clase, para posar su atención en cada alumno y considerar sus fortalezas y debilidades dentro de su esquema psico-corporal global. Observar la forma de realizar las diferentes āsana-s: la fuerza o la debilidad de ciertos músculos o partes corporales; el rango de movilidad y las limitaciones articulares, así como las compensaciones. Observar cómo y cuánto respira. Observar, en la medida de lo posible, el estado de su mente, su nivel de relajación, tensión o dispersión.
La información obtenida de la observación nos permitirá realizar una propuesta correcta de las variantes y modificaciones del āsana; elegir un tipo de respiración apropiado; elegir las contra posturas adecuadas para ese momento preciso; determinar el tiempo de descanso y, por encima de todo, escoger el bhāvana más oportuno…
Quisiera terminar recordando que la finalidad de la práctica de yoga, y del āsana en particular, ya sea realizada de modo individual o guiada en enseñanza colectiva, es, siempre, facilitar la circulación armoniosa del prāṇa por toda nuestra constitución y crear las condiciones que sostengan la calma mental y la mirada firmemente orientada hacia lo transcendente. Y, para esto, fortalecer y educar nuestra capacidad de observación es un requisito imprescindible.